martes, 26 de febrero de 2013

El silencio de una mirada I




Con este texto que viene a continuación comienzo una serie de cuatro posts que iré publicando en diferentes días. Todos ellos son parte de una misma historia que escribí con un amigo, el cual también lleva un blog; sin embargo, no he querido ponerla completamente porque me pareció demasiado larga para un solo post.
 

Aquella tarde, deambulaba por el parque inmerso en su libro de poesía. Estaba sujetando el libro con la mano izquierda, leía mientras caminaba sin preocuparse de la gente que le rodeaba. Era alto, con barba de cuatro días, aspecto desaliñado y le rodeaba un halo de misterio. Llevaba unos vaqueros de color negro y una camisa a juego. Las mangas, recogidas a la altura de los codos, dejaban ver sus brazos desnudos y le permitían un mínimo contacto humano pese a su abstracción del mundo exterior.
Ella, como siempre apresurada, apenas se arreglaba porque lo consideraba una pérdida de tiempo, pero unos ojos azules y una gran sonrisa maquillaban siempre su precioso rostro. No se preocupaba demasiado por su pelo, lo solía llevar suelto y era tan indomable como ella, aunque tratara de recogerlo de mil formas. Vestía aquel día un bonito conjunto veraniego de color azul, y la correa de la bandolera permitía apreciar e intuir sus formas femeninas. Y, según su rutina de cada tarde, cruzaba aquel parque rápidamente de camino al trabajo.
Aquella tarde, algo extraño sucedió, dos manos extrañas se rozaron entre la multitud, fue casi imperceptible, apenas un segundo, pero estuvo lleno de magia y energía. Cuando ella quiso volver la cabeza para poder ver a la persona con la que había rozado su mano... él ya se había perdido entre la multitud... Ella, después de perderle entre en la gente, se dijo que sería un calambre sin importancia y que debía dejar de comportarse como una chiquilla; él, en cambio, no sintió nada más que la poesía reverberando y empapando cada esquina de su cerebro.
Sin embargo, la rebeldía de la chica no le permitió dejar las cosas tranquilas y decidió que aquello no había sido un calambre ni nada por el estilo. Eso había sido una pequeña descarga de magia porque había conectado con alguien, pero ese alguien parecía un hombre invisible que se camuflaba entre la gente. Aun así, era demasiado joven como para tirar la toalla y decidió acudir otra vez al parque y seguir esa ruta alternativa por si acaso le encontraba. No obstante, se negaba a asumir que sus esperanzas eran nulas, muy escasas. Pero no sabía que la magia y el destino le deparaba una sorpresa.

Continuará...

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