Aquí os traigo la última parte de la historia que he venido publicando estas dos semanas atrás. Espero que la disfrutéis.
Él se
encontraba sumergido en aquel libro en el que se decía que si crees en los
sueños estos se cumplen, su teléfono sonó y se marchó rápidamente olvidando por
completo aquel mundo de fantasía, dejándolo en el banco en el que estaba
sentado.
Ella que como
cada tarde lo veía, decidió acercarse al banco y entonces vió el libro, tras
mirar un poco el contenido de este, al final, había una frase manuscrita: “Ni
el amor ni la guerra podrá cambiar lo que somos. Tan solo nosotros somos los
dueños de nuestro destino. Atrévete.”
Fue entonces
cuando ella decidió llevarse el libro a su casa, y allí, analizando más
profundamente su contenido, vio que, entre las palabras del autor, él había
escondido un número de teléfono. ¿Qué debo hacer?- se preguntó. Quizás, ese
número era la llave que le permitiría conocer a aquel hombre en el que no
paraba de pensar.
Llamó, apenas
dudó un instante, y una voz cálida y entrecortada apareció al otro lado, era
él. Quedaron al día siguiente, en el mismo lugar donde se conocieron, aquel
parque que había cambiado sus vidas para siempre.
Eran las seis
menos diez, en apenas diez minutos aparecería aquel hombre ante sus ojos,
estaba nerviosa, un nudo parecía haber cerrado su estómago y su corazón
palpitaba a gran velocidad. Se había arreglado más que nunca, sus ojos
brillaban, a pesar de que aquel día era nublado, ella estaba iluminada.
Transmitía felicidad, no era necesario más que mirarla para saber que esa
sonrisa y ese brillo de ojos denotaba algo positivo.
Él llegaba
puntual, entonces la vio, un escalofrío recorrió su cuerpo, tenía miedo, él no
sabía si sería suficiente para aquella mujer que tan sólo había visto caminar
entre la gente, le aterraba. Respiró profundamente, se armó de valor y se
colocó frente a ella. Estaba nervioso, pero logró proponerle ir a tomar un
café. En ese preciso instante, comenzó a llover, no se lo pensó dos veces.
Deslizó su mano
por la cara de aquella preciosa mujer, apartó su pelo y dejó su mano reposando
sobre el hombro de ella. La miró, los ojos de ambos brillaban, estaba apenas a
dos centímetros. Una gota de agua recorría la cara de ella, utilizó su mano
para secar aquella gota y se acercó lo suficiente como para que los labios de
ambos se rozasen.
Cuando cruzó su
mirada con la de él lo tuvo claro, ahora o nunca. Él pensó lo mismo. Y casi a
la vez lo decidieron, ella se sorprendió por la suavidad de sus caricias que se
oponía a la aspereza de su barba contra su cara. Él sintió la suavidad de su
piel y su delicada colonia con un ligero aroma a fresa. Ambos se dejaron
llevar, sentir y alimentarse a través del beso del otro. Entonces, él decidió
acercarse un poco más para sentir mejor su cuerpo, colocó su mano sobre su
cadera y la atrajo hacia sí; ella se sorprendió pero no opuso resistencia,
estaba segura de que eso era lo correcto. Un segundo después ella decidió subir
sus manos suavemente por su espalda hasta llegar a su pelo y enredar sus dedos
en él para seguir disfrutando unos instantes más el roce de sus labios.
En esos
momentos, no les importaba que la lluvia les empapase, ni lo que sucedía a su
alrededor, estaban fundidos el uno con el otro, y eso era todo lo que
necesitaban. El mundo era una simple manch alrededor. Cuando su beso terminó
tras unos largos momentos, se miraron el uno al otro mientras él aspiraba el
aroma de su pelo y ella reposaba la cabeza sobre su hombro y dejaba que la
colonia de él le embriagase. Deshicieron su abrazo y se miraron a los ojos una
vez más, para después abandonar el parque cogidos de la mano. Nunca más se
dejaron escapar...
Fin