Apagó
la tele y se decidió a salir a la calle. Hacía un frío
morrocotudo, se rió al pensar en ese adjetivo tan raro. Pero era
así, lo hacía. Se subió un poco más la bufanda y se caló más el
gorro orejero. Tenía que apresurarse o llegaría tarde otra vez.
Apretó el paso y se metió en el metro, contó mentalmente las
paradas, diez. Eso hacían veinte minutos. En cuantó entró en el
vagón se sentó en el primer asiento libre que vio y se arrellanó,
intentó coger calor.
Una
voz metálica anunció la siguiente parada. Mierda, es ésta, corre.
Salió rápidamente y recorrió casi sin darse cuenta los escasos
metros hasta el portal, podría hacer ese camino con los ojos
cerrados mil veces. Subió de tres en tres las escaleras hasta el
portal A del cuarto piso. Eran las seis de la tarde, puntualidad
inglesa; justo a tiempo. Llamó al timbre. Le abrió una mujer en
pantuflas y con una media sonrisa le dijo:
-Justo
a tiempo. Pasa, antes de que le hagas cabrear más.-Y, sin darle
tiempo a quitarse la bufanda y el gorro, le dio un beso como esos que
se regalan cuando llevas mucho tiempo sin ver a la persona a la que
quieres.
Tiró
el abrigo y lo demás encima de un sofá y fue corriendo hasta el
despacho. Llamó a la puerta, pese a que estaba abierta de par en
par. La persona al otra lado de la mesa movió la cabeza invitándole
a pasar, entró y cerró la puerta tras de sí.
-Tenemos
problemas. Muchos. Y casi llegas tarde, otra vez.
No
dijo nada, pero tragó saliva con gran esfuerzo.
-¿No
tienes nada que decir?- el malhumor del hombre iba in crescendo.
-Sí,
estaba enfrascado en la investigación. - una mentira piadosa.-No
consigo encontrar nada – esto era verdad.- Lo siento, señor.
-No
lo sientas tanto y espabila. Andamos con la hora pegada.
-Sí,
señor. - volvió a bajar la mirada.
-Puedes
irte. Aunque, recuerda, lo haces porque quieres. Yo no obligo a nada.
-Sí,
señor.- y tal cual había entrado, salió por la puerta.
Cuando
la mujer de las pantuflas le abrió la puerta deslizó una nota en su
mano, decía: “Esta noche a la hora indicada donde todo comenzó.”
Ella sabría lo que significaba, estaba seguro. Se fue como una
exhalación y desanduvo el camino hasta su casa. Se puso a trabajar,
se lo había dejado bien claro el de arriba. Siguió investigando con
frenesí hasta la “hora indicada”.
Al
mismo tiempo, una mujer en zapatillas leía y releía la nota
mientras esperaba a que diera la “hora indicada” o las once de la
noche. Este secreto terminaría por acabar con ellos como el jefe se
diera cuenta, pero la vida estaba para correr riesgos. Salió de
trabajar y se puso sus mejores zapatos.
Cuando
la hora de la cita se acercaba salieron en silencio de sus
respectivas casas. Sin embargo, nunca llegaron al sitio “donde todo
comenzó”. La investigación pudo con él, el secreto pudo con
ella.