Esta es la segunda parte del texto que publiqué hace una semana, espero que lo disfruteís:
Él, por el contrario, seguía tan frío e impasible como siempre, parecía y
aparentaba ser de hielo. Un hielo que le cubría y hacía que fuese difícil
adentrarse en lo más profundo de su ser, le llenaba de escarcha por completo.
Pasaba los días inmerso en poesías, libros y más libros...a veces, también
escribía pero nada de valor, consideraba que no era bueno y desechaba todo lo
que redactaba. Salía a la calle a menudo, pero nunca se fijaba en la gente;
simplemente los libros le ofrecían toda la compañía que necesitaba. Un día
sentado en un banco, leyendo como de costumbre, una ráfaga de viento tiró de su
mano el libro, y vio como una chica cruzaba la multitud apresuradamente...su
figura era esbelta su pelo era mecido por el aire, y por un instante sus
miradas se cruzaron y esos ojos azules, esa mirada... Aquello hizo que algo se
moviese en su interior, no podía no saber nada de aquella mujer.
Como cada día, siguiendo su rutina, la joven volvió a recorrer el parque de
camino al trabajo. Pero esta vez con más calma y mirando cada rostro. De
repente, un chico se levantó a recoger un libro del suelo y al levantarse sus
ojos negros, como un pozo sin fondo, se cruzaron. Ella, incrédula, no daba
crédito a que volviera a tener a ese chico ante sus ojos. Por eso, viendo que
el destino le brindaba una segunda oportunidad, decidió darse una oportunidad y
tratar de conocer a ese misterioso chico, pero no sabía ni por dónde empezar.
Al día siguiente, volvió a ver a aquella joven, mas no se atrevió a decirle
nada. Demasiada vergüenza. Pensó que quizás con una nota que se cruzase en su
camino o un encuentro fortuito, algo que le ayudase a conocer más acerca de
ella... quizá pudiese perderse en la inmensidad de aquellos ojos. Quizá pudiera
saber que ocultaba tras ellos. Era muy complicado, no estaba muy habituado a
esta clase de situaciones.
Por el contrario, ella no era capaz de concentrarse en nada más que en ese
chico. Sentía que algo había cambiado en ese intercambio de miradas y que algo
más iba a cambiar. Y era por esto por lo que no paraba de consultar el reloj
mientras revisaba facturas y albaranes sentada detrás de la mesa metálica de su
oficina. Ése era su trabajo vivir entre papeles llenos de números y hacer
cuentas y más cuentas; no había cabida para otra cosa. Aunque, tarde o
temprano, todo cambiaría. Otro tipo de papel con otra clase de contenido había
alterado el orden de su mundo.
Continuará...
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