“Tengo cinco años. Estoy sentado
en una silla de la cocina. Visto la ropa de ir a la escuela, pero ese día no
hay colegio. De repente oigo pasos en la escalera, me doy la vuelta. Mi madre
baja mientras se recoge el pelo en un moño alto. Luego se coloca frente al
espejo y se ajusta una pañoleta sobre la cabeza. A continuación, se agacha, coge
el pañuelo grande y entra en mi dormitorio. Al momento sale con mi hermana en
brazos. La coloca dentro del pañuelo que ata con maestría a su cuerpo. Me hace
un gesto y yo le sigo.
Salimos a la calle, sopla una
brisa tibia. Cojo de la mano a mi madre, una mano pequeña y cálida. Mi hermana
duerme apoyada en su pecho. Bajamos la calle poco a poco, en silencio. Llegamos
a la parada de bus. Todo está en una calma extraña.
Pasa un bus traqueteando por la
calle. Mi madre no lo para. Seguimos esperando. Me pongo a jugar entrecruzando
los pies. Muevo la cabeza al son de un ritmo que sólo yo escucho. Mi madre mira
al infinito, una mirada perdida y ausente. Un mechón de pelo oscuro le cae por
la frente, lo ignora. Mi hermana se frota los ojos en sueños.
Pasa otro bus. Hace más de diez
minutos que estamos sentados esperando. No sé a qué, la verdad. Intento leer el
cartel de la acera de enfrente y casi lo consigo. Mi madre se cambia el bolso
de lado, me fijo que sus brazos están más delgados que de costumbre. Mi hermana
bosteza y se reacomoda sobre mi madre.
Un hombre en bicicleta nos
saluda. Le devolvemos el saludo educadamente. Yo empiezo a tararear una canción
que me enseñaron en la escuela, mi cabeza ya se mueve a un ritmo que todos oyen.
Mi madre me mira y sonríe en silencio. La miro y me doy cuenta de que parece
una niña asustada, y que nosotros tenemos pinta de ser sus hermanos y no sus
hijos. Mi hermana abre los ojos, pero no se mueve.
De ninguna parte aparece un bus,
el tercero ya. Se para y baja un hombre. Yo me quedo mirando. Mi madre pide
ayuda en silencio, se levanta agarrando mi mano. El peso de mi hermana en el
pañuelo es excesivo para ella. Mi hermana ahoga un lloro. El hombre se acerca,
entrecierra los ojos.
Yo le sigo observando, curioso.
Mi madre está inmóvil como una estatua, puedo observar sus piernas fuertes y su
espalda. Ha adelgazado imperceptiblemente. Mi hermana clava sus ojillos oscuros
en esa persona. El hombre da un paso decidido y se acerca a madre.
Me aburro, no sé qué pasa. Mi
madre sigue en la misma posición, a la vez recoloca a mi hermana. Noto, por sus
gestos, que le empiezan a doler la espalda y las piernas. Mi hermana empieza a
chuparse el dedo, aburrida. El hombre da otro paso y besa a mi madre en los
labios, con ternura.
No puedo dejar de mirar. No
entiendo nada. Me llama poderosamente la atención. Mi madre acepta el beso y le
corresponde. Sus labios finos y sus ojos asustados se relajan, ya no está en
este planeta. Mi hermana se ha vuelto a dormir, ajena a ese gesto extraño. El
hombre mira a mi madre con ojos embelesados.
Yo llamo a mi madre y le miro con
ojos interrogantes. Mi madre se vuelve hacia mí, no habla y mira al
desconocido. Se le mueve la pañoleta y puedo ver su pelo un segundo. Se la
vuelve a colocar. Mi hermana se despierta de nuevo. El hombre me mira y sonríe,
me pregunta si quiero saber un secreto.
Respondo que sí. Mi madre afirma
con la cabeza. Alivia el peso de mi hermana con una mano, miro sus pies. Están
encogidos dentro de los zapatos, está nerviosa. Mi hermana balbucea. El hombre
dice tres palabras, soy vuestro padre. Acto seguido coge a mi madre de la
cintura y a mí de la mano. Volvemos a casa.
Consigo leer el cartel, dice: lucha
por tus ideales, pero recuerda que siempre hay alguien que te espera cuando quieras
descansar. No lo entiendo bien, será esa guerra de la que oigo hablar. Mi madre
está feliz, sonríe; igual que él. Veo unos dientes blancos y unas pequeñas
arrugas. Me doy cuenta de que en realidad no es una niña asustada. Analizo con
cautela al hombre que proclama ser mi padre. Me parece agradable. Tiene pinta
de haber luchado y tener a alguien con quien descansar. Me gusta lo apropiado
del cartel. Mi hermana ríe, su primera sonrisa. Me siento mayor, pero sólo
tengo cinco años.”
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